Cuando un niño que nace, deja el entorno protector y blando del útero para entrar en un mundo donde se ve asaltado por una cantidad abrumadora de estímulos sensoriales.
Al principio no puede interpretar las sensaciones que le rodean.
Para sobrevivir, está dotado de un conjunto de reflejos primarios diseñados para asegurar la respuesta inmediata al nuevo entorno y a sus necesidades cambiantes. Los reflejos primarios son movimientos automáticos, estereotipados, dirigidos desde el tronco del encéfalo, y ejecutados sin implicación cortical.
Son esnciales para la superviviencia del bebé en sus primeras semanas de vida y la aporta el entrenamiento rudimentario en muchas de las habilidades voluntarias posteriores. No obstante, los reflejos primarios deberían tener una vida limitada y después de haber ayudado al bebé a sobrevivir en sus «arriesgados» primeros meses de vida deberían inhibirse o ser controlados por centros superiores del cerebro.
Si estos reflejos primarios permanecen activos después de los 6-12 meses de vida, se les denomina «aberrantes» y pasan a ser la evidencia de una debilidad o inmadurez estructural en el sistema nervioso central (SNC).
Si la actividad de los reflejos primarios continúa también puede impedir el desarrollo de reflejos posturales posteriores, que deberían surgir para capacitar la madurez del niño a interactuar eficazmente con el entorno (mantenerse de pie, caminar, etc.). Los reflejos primarios activos después de los seis meses de edad pueden dar como resultado patrones de comportamiento inmaduros o pueden provocar que permanezcan sistemas inmaduros, a pesar de la adquisición de habilidades posteriores.