El tofu, también llamado queso de soja, consiste en una masa en forma de pan de color blanco lechoso. Etimológicamente, “tofu” es la palabra japonesa que designa la cuajada de soja y en japonés significa “carne sin hueso”. Su aspecto es el de un cubo de color blanco y textura más o menos firme según la variedad. El tofu se elabora a partir de la alubia de soja, más exactamente de la leche que se consigue a partir de dicha alubia. La leche de soja se hace cuajar, se escurre y más tarde se prensa en bloques más o menos consistentes. La planta de la que proviene es originaria de Manchuria, en China, y pertenece a la familia de las papilonáceas. Tiene el tallo rígido y su altura oscila entre los 0,40 y 1,70 m. Las hojas, los tallos y las vainas están recubiertos de pelos de color marrón verdoso.
En concreto, el tofu es especialmente rico en vitaminas del grupo B, vitamina E, lecitina (que contribuye a bajar el colesterol y a mejorar la memoria), hierro, potasio, fósforo y calcio. Contiene también ácidos grasos esenciales que protegen el sistema circulatorio, y sustancias anticoagulantes que favorecen la circulación sanguínea. En la cocina, con el tofu pueden prepararse los mismos platos que con la carne. El tofu puede puede rebozarse, freírse, empanarse, estofarse, servir de base de croquetas y albóndigas, de mahonesas y bechameles, y por supuesto elaborar con él exquisitos dulces. Puesto que es rico en lisina, de la que carecen muchos de los cereales, el tofu resulta ideal para combinarlo con éstos, obteniendo así proteínas de mayor calidad. Al poseer un sabor neutro, el tofu actúa como una esponja que absorbe cualquier sabor que se le añada, siendo lo habitual macerarlo con salsas o condimentos y después de cocinarlo. Además el tofu no contiene gluten, con lo cual es un alimento ideal para personas celíacas.